lunes, 16 de abril de 2007

La mujer y la migración: un cambio en las estructuras sociales

El 22 de mayo del 2001 Lorenzo Hernández Ortiz murió junto con 13 mexicanos en Yuma, el desierto de Arizona, en su intento por cruzar la frontera. Quince días antes en San Pedro Altepepan, municipio de Atzalan, Veracruz, Juana Hernández Sánchez lo despedía junto con sus 5 hijos.
"Me voy porque no quiero que les falte nada ni que mueran comiendo arroz y frijoles toda su vida" dijo por última vez el día que lo despidieron en la cancha de futbol del pueblo, antes de que el pollero lo apresurara.
Juana ahora vive con una tienda de abarrotes que le da ganancias de 5 a 20 pesos diarios y en la venta de antojitos en la primaria de la comunidad; los fines de semana se va a Martínez de la Torre donde trabaja como empleada doméstica, pero todo eso no es suficiente. Dos años después de la tragedia, se ve en la necesidad de iniciar su viaje a Estados Unidos para continuar con la promesa de vida que su esposo dejó al partir.
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El presente ensayo se propone describir el proceso de migración al que se ven obligadas las mujeres así como la transformación cultural y de valores que se manifiestan en ellas y las familias, resultado directo de un fenómeno considerado por muchas, la única forma de sobrevivir.
Es también objetivo cuestionar al proceso migratorio como un fenómeno negativo para quienes están implicados y demostrar que como todo hecho de movilidad social, implica cambios aprovechados por los protagonistas para el mejoramiento de su comunidad.
No amo a mi patria, su fulgor abstracto es inasible
José Emilio Pacheco
El estado de Veracruz ha ocupado durante los últimos años el cuarto lugar nacional como expulsor de migrantes, antecedido tan solo por Guanajuato, Michoacán y Oaxaca, producto de la caída de los precios del café y la caña y el declive del "boom" petrolero. Se calcula que cada año un promedio de 60 mil veracruzanos salen del estado en busca de trabajo y espacios de desarrollo. Para satisfacer la demanda de empleos, el gobierno necesitaría crear 80 mil nuevos sitios de trabajo.
El municipio de Atzalan, ubicado en la sierra central de la entidad a dos horas de Xalapa, la capital, con una población de 53 mil habitantes, ocupa el primer lugar en expulsor de migrantes. Se calcula que el 28% de los atzaltecos (15 mil de los cuales el 20% son mujeres) viven fuera de su municipio, duplicando así la media estatal del 14%.

De acuerdo con la subsecretaría de Desarrollo Político de Veracruz el perfil de las mujeres que salen de sus comunidades a otras ciudades de la entidad y a Estados Unidos, es mayoritariamente jóvenes entre 15 y 30 años donde al menos el 50% cuenta con estudios secundarios. El 89% del total tienen hijos y el resto son solteras. En los últimos años se ha comprobado que los motivos de movimiento en las mujeres son la unificación familiar y la búsqueda económica y laboral.
"Absurdo sería dejar éste asunto en manos de quienes no han hecho nada, de quienes han desoídos éstas voces. Sería cobardía esperar a que nuestra justicia hiciera justicia" Edmundo Valadés.
A las tres de la tarde del domingo primero de junio llegamos a San Pedro Altepepan. Ni Octavia Fabián Martínez de 24 años ni Juana Hernández Sánchez de 36, dos de las viudas, estaban en su casa. En ambos casos los hijos abrieron la puerta: "No está, anda trabajando en Martínez de la Torre" fue la respuesta.
En el último camión que llega al pueblo a las 6 de la tarde bajaron las dos amigas a causa de las circunstancias. "Amigas de duelo" se dicen ellas.
Juana Hernández -madre de Nahum, Lorenzo, Elizabeth, Porfirio y Noemí- y Octavia –de Andrés- corre actualmente la misma suerte que cuando su esposo pereció en el desierto: no tiene acceso a las becas de Oportunidades, ni ayuda de despensa del DIF municipal. De los apoyos prometidos por los tres niveles de gobierno, ni uno se ha cumplido "ni los microchangarros del presidente Fox".
La casa de material donde viven Juana y sus hijos, se logró con el primer viaje que Lorenzo hizo a Estados Unidos, siete meses antes del segundo intento.
En el primer aniversario de los muertos de Yuma, en mayo del 2002, los gobiernos estatal y municipal develaron un monumento en su honor y se organizó una fiesta con música y comida. Fue suficiente para que Octavia y Juana decidieran no volver a la ceremonia reducida en verbena popular.
Este año, Juana tomó a sus hijos y haciendo una pausa en los horarios de trabajo fue a dejar un ramo de flores al panteón. Ese mismo día les dio la noticia: "Me voy en dos meses a trabajar a Estados Unidos".
Lo que más le duele y por lo que se detuvo, al igual que Octavia, hace unos meses de partir, es por sus hijos. "Me voy, a pesar de ellos". Juana está desesperada, junto a ella, los niños la escuchan y guardan silencio, el mayor quien trabaja de cerillo en la ciudad los fines de semana, insiste en que no la dejará ir sola aunque se deshaga la familia.
Ambas pueden evitar la migración a Estados Unidos. Si el fin es meramente económico, podrían trabajar en las ciudades cercanas regresando cada quince días a su casa, como se lo planteó en un principio Nahum a su mamá. Sin embargo, la continuación que ahora ellas emprenden al viaje en el que perdieron la vida sus maridos, implica un proceso de reconocimiento personal que fue cortado de tajo con su muerte. Además de la compensación de una deuda con su marido, ellas mismas, sus hijos y en un tercer lugar, con la sociedad.
Para Juana Hernández no hay mucho que hacer. Cuando el presente es difícil, sólo le queda recordar el pasado. Eso da fuerzas para continuar, "fuerzas que nunca pensé que tendría".
"Mi esposo lo hizo por nosotros y a mi no me queda nada mejor que hacer por mis hijos. Si no lo hago y me muero aquí sentada, moriré con el deseo de haberlo hecho".
La mujer y la migración: apropiación de una forma de vida
Aunque la migración femenina aún no iguala en números a la masculina, su importancia radica en que en aquélla recae el factor de unificación y formación de la familias.
En los últimos años se ha visto una creciente feminización en los movimientos geográfico-sociales que se explica en la flexibilidad de las fuerzas de trabajo y la emergencia de un sector informal de economía destinada al área doméstica y a la industria de menor impacto, como lo son las maquilas.
Son manifiestas las contribuciones que los migrantes mexicanos han dejado en sus pueblos de origen. El proceso de movilidad revivifica costumbres, incrementa los límites de actuación y con ello la tolerancia hacia nuevas formas y actitudes ante la vida, rompe con la separación de las comunidades del resto de la sociedad y el resultado tangible más importante, es que logran revivir sus lugares de origen con la reactivación de la economía.
Cuando el marido es el que migra, la mujer queda supeditada a una serie de controles familiares donde el rol masculino sigue ejerciendo cierta presión. Las mujeres que quedan a cargo de la familia incrementan su dependencia hacia los recursos económicos enviados por el esposo; por permanecer en la comunidad de origen, sufren también la presión de respetar la idea de fidelidad y de guardar culto a una figura cuya permanencia es alterable, que no comparte las mismas responsabilidades y que tiende a magnificarse por el sacrificio de salir en busca de un bien familiar. Además de la obligación de ocupar el vacío de la figura paterna. Por otra parte la ausencia del hombre permite autonomía en la dirección del rumbo familiar y el replanteamiento de su rol como mujer dentro de la sociedad.
La migración masculina está legitimada por el papel proveedor que juega el personaje. Sin embargo, cuando se trata de la mujer, las consecuencias se reflejan en el trastocamiento de los valores tradicionales de familia con mayor fuerza que en el primer caso.
Es interesante reconocer la ruptura cultural que la migración trae de una generación a otra: los conocimientos que la madre de familia adquirió como herencia de sus padres sobre la vida en el campo, en este caso, se ven eliminados por completo de las enseñanzas que en su momento ellas transmitirán a sus hijos. Es aquí cuando los integrantes de la familia dirigidos por la mujer, emprenden la adquisición de una identidad cultural con más posibilidades.
Las familias dirigidas por mujeres migrantes enfrentan una transculturización reflejada en el cambio de roles de trabajo, en la maduración temprana de sus miembros y en la integración de lleno a la sociedad, porque se implican nuevas formas de desarrollo, de adaptación e ideologías.
Haciendo un balance de los beneficios y perjuicios de la migración en el género femenino, me permito considerarla como una oportunidad para replantear las relaciones hombre-mujer. "No consideramos la migración como una degradación ni como una mejora de la situación de la mujer, si no como una reestructuración de las relaciones de género que puede darse a través de la afirmación de la autonomía en la vida social, de las relaciones con la familia o la participación en redes y asociaciones formales"
Queda claro que la desintegración familiar es una de las consecuencias de la migración que son consideradas como negativas; lo mismo podría suceder con la transculturización. La migración es un fenómeno que está cambiando la conceptualización de la familia y el papel de la mujer en sus condiciones más básicas. Sin embargo estos cambios sociales siempre han existido y siempre se han atacado como una forma de preservar el orden social.
La migración fue y es básica para el desarrollo de las culturas. Es un fenómeno indetenible y es derecho de todo ciudadano. Desde la perspectiva de género los cambios pueden ser aprovechados por los protagonistas para el mejoramiento de su comunidad.
Los efectos en la mujer no son malos en sí; no se puede culpar sino atacar las condiciones desfavorables en que se desarrolla. Este fenómeno se debe analizar en este matiz, como un hecho que responde a un cúmulo de necesidades económicas, sociales y culturales. Si bien las políticas migratorias están orientadas en su mayoría hacia los hombres, es indispensable reconocer la relevancia de la migración femenina en el desenvolvimiento propio, de la familia y la sociedad, para garantizar la igualdad de oportunidades dejando de lado la perspectiva protectora y de competencia, y actuar en un ambiente de igualdad y derecho común.
No se trata de determinar la solución al fenómeno migratorio en su eliminación, porque es un motor que mantiene vivas a las culturas. A lo largo de la historia ha permitido la evolución de los roles del hombre y la mujer.
La sociedad siempre se ha mantenido reacia al cambio y con ello se cometen muchas injusticias. Teme romper con tabúes de que la mujer debe estar circundada, recluida en casa y en apariencia protegida por ser débil. Es ese miedo el que rechaza quitar a la mujer como eje y sustento de la moral y cohesión familiar, porque se sacudiría toda su estructura.
Y si bien esto ha pasado, la sociedad no lo digiere y ve alterada su organización, su seguridad. De esta manera la migración de la mujer es vista como algo accidental y no esencial, que sucede, pero que no es normal.
La mujer desde su trinchera, ya sea como migrante o afectada por la migración, en este caso de la pareja, no lo conceptúa, como el emprender o ser protagonista del cambio y por eso no lucha por sus derechos, se cuela en el cambio, con disimulo.
Desde este reconocimiento es que se deben traducir políticas migratorias atingentes a la diferencia de género, no únicamente hacia el exterior, sino al seno de las familias que quedan alteradas.
No se puede contener el cambio social y es importante reconocer que la sociedad se mantiene reacia como una forma de preservar su orden ; pero también que la migración da oportunidad a esa continua reestructuración social que nos mantiene vivos.

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