lunes, 16 de abril de 2007

ATZALAN, A DOS AÑOS DE LOS CAÍDOS DE YUMA


+ Viudas de los fallecidos se ven en la necesidad de emprender el viaje a Estados Unidos para sacar adelante a sus hijos
San Pedro Altepepan, municipio de Atzalan, Ver.
30 de mayo del 2003

Han pasado dos años desde la tragedia que cobró la vida de 7 atzaltecos en el desierto de Yuma en su intento por trabajar en Estados Unidos y la situación del municipio, sus habitantes y las viudas demuestra que no sirvió para nada.
A dos años, lo único que se logró fue la implementación del "Día del migrante", el 28 de mayo, recordando el aniversario luctuoso como una gran fiesta popular con música, barbacoa y el desfile de autoridades municipales y estatales en helicópteros.
En tanto el pueblo festeja, viudas de los caídos se han visto en la necesidad de plantear su viaje a Estados Unidos a continuar con la promesa de vida que los esposos dejaron al partir, mientras que los hijos les lloran por el miedo de perderlas al igual que a sus padres.
"Si tu te vas yo me voy contigo, ya vi lo que le pasó a mi papá y no quiero que se repita, eres lo único que nos queda" le dijo Nahum a su mamá, Juana Hernández Sánchez, viuda de Lorenzo Hernández Ortiz.
El día que Juana había decidido irse a Estados Unidos a seguir el mismo éxodo donde su esposo perdió la vida, sus hijos de entre 5 y 15 años, se reunieron alrededor de ella y llorando le pidieron que se quedara: "Juntos vamos a salir mamá, aunque tengamos que dejar la escuela, porque si te vas, entiende que lo perdemos todo".
Pero ha visto que no puede. Nahum el mayor está por terminar la secundaria y
a pesar de sus buenas calificaciones tendrá que dejar la escuela para irse a trabajar a Martínez de la Torre de cerillo y Juana sabe que conforme el resto vaya creciendo, tendrán la misma suerte.
"Sólo estoy esperando uno, dos meses para irme. Ya tengo el apoyo de mi hermano en Estados Unidos. No puedo esperar a que el gobierno me mande para darles de comer. Me voy, a pesar de ellos". Juana está desesperada, junto a ella, sus hijos la escuchan y guardan silencio, el mayor insiste en que no la dejará ir sola aunque se deshaga la familia.
Muertes olvidadas.-
Estadísticas de la Subsecretaría de Desarrollo Político del gobierno estatal refieren que el municipio de Atzalan con 53 mil habitantes es el mayor expulsor de migrantes hacia Estados Unidos y otras ciudades de la entidad.
De acuerdo con el alcalde Ramiro Barradas Viveros, en 1988 sólo un atzalteco vivía del otro lado; quince años después, la cifra se dispara a 3 mil 500: "Sabemos que 15 mil habitantes están trabajando fuera del municipio, ya sea en Estados Unidos o ciudades como Martínez de la Torre, Jalapa y Puebla".
El índice estatal de migración, de acuerdo con la Subsecretaría es del 5%; Obispos Católicos el Golfo afirman que es del 14% y las cifras de Atzalan superan con un 28% la media estatal.
Ni siquiera la muerte de los 7 atlzaltecos frenó la migración de los habitantes: a 8 días del incidente, un camión con 20 jóvenes partió a Estados Unidos, cada fin de semana un autobús con promedio de 30 paisanos sale de Martínez de la Torre rumbo al norte y se calcula que durante el año pasado salieron 60 mil veracruzanos de la entidad.
Ramiro Barradas detrás del escritorio, lo reconoce y se lamenta: "No sé qué hacer, no sé que hacer. El campo está frío".
Y es que frente a ésta realidad, se pueden esperar 4 consecuencias negativas: la desintegración familiar, la pérdida de fuerza de trabajo, el contagio de enfermedades y el incremento de la inseguridad.
"Tuvimos brote de Sida en una comunidad donde toda una familia se infectó y la delincuencia se ha triplificado en los últimos dos años, de 9 a 31 delitos promedio por mes".
Y los habitantes lo mismo: "La gente se sigue yendo porque aquí no hay para vivir, porque uno gana 30 pesos diarios, porque la vida se taja a temprana edad obligados por la necesidad de trabajar".
Víctima de la caída del café, de la sequía del campo y el nulo desarrollo industrial, Atzalan no tiene nada que ofrecer a sus habitantes a cambio de evitar el viaje a Estados Unidos: "Somos un municipio rural con el campo muerto, no encontramos salida, no hay por dónde, no tenemos nada para ellos y para que el municipio sobreviva, no nos queda otra que apostarle a la migración" reconoce derrotado el alcalde Ramiro Barradas Viveros.
A cuatro horas de camino por terracería de la cabecera municipal, San Pedro Altepepan, de donde eran originarios 3 de los caídos en Yuma el 22 de mayo del 2001, figura un pueblo desvanecido: son las cinco de la tarde y en la tienda de la calle principal están cuatro jóvenes, último rastro de lo que alguna vez fue la población del lugar.
"La mitad de los hombres y jóvenes ya se fueron de aquí, y poco a poco están jalando a las mujeres, nomás nos quedan los viejos, mujeres y niños, ocupando los espacios que dejaron los otros" dice Alfredo, de 19 años.
-¿Y ustedes por qué siguen aquí?
-Yo ya estaba en Estados Unidos pero no tiene ni un mes que me deportaron, nomás me recupero y me lanzo otra vez al norte- responde Alfredo. Sus ropas holgadas y tenis de marca le dan la razón.
Junto a él otro muchacho curtido, interviene en un primer arrojo de patriotismo: "Todos tienen el derecho de hacer su vida, pero yo no me voy, yo me quedo aquí, con los míos, en mi lugar".
Pero resulta ser que una amputación en la pierna derecha a causa de un accidente es el único argumento que tiene para no dejar el pueblo igual que el resto de la población.
Alfredo extraña los 300 dólares que ganaba a la semana de jardinero; estuvo, junto con otro compañero, 20 días detenido en una cárcel de Florida esperando su deportación:
"Vamos a regresar, porque somos arriesgados, porque con trabajo nos vamos a joder a los gringos en su propio país, los desgraciados ni le echan sal a la comida".
"¿A qué nos quedamos? Ya ve, ni con la muerte de los hermanos voltearon a ver a este pueblo, nomás la fiesta, la nota del periódico y todo siguió como antes. Ni siquiera cumplieron con el camino pavimentado, ni siquiera apoyan a las viudas de Yuma".
Autoridad: la burla.-
A las tres de la tarde del domingo llegamos a San Pedro Altepepan. Ni Octavia Fabián Martínez ni Juana Hernández Sánchez, dos de las viudas, estaban en su casa. En ambos casos los hijos abrieron la puerta: "No está, anda trabajando en Martínez" fue la respuesta.
En el último camión que llega al pueblo a las 6 de la tarde bajaron las dos amigas a causa de las circunstancias, "amigas de duelo" se dicen ellas.
Octavia de 24 años, fue directa: "No quiero hablar con nadie, no cuando sólo
existimos cada aniversario y todo es volver a revivir el dolor".
Madre de un niño de 9 años, afirma que las autoridades sólo se han burlado de las víctimas y las han usado para "pararse el cuello". En mayo del 2001 durante el entierro, les prometieron becas para los niños, dinero para el sepelio y apoyo para los "microchangarros, de ésos, del presidente Fox".
"Hasta el dinero el sepelio me lo dieron incompleto, nada de las becas y mucho menos de los changarros, por eso nos tenemos que ir a trabajar a Martínez" dice Octavia.
Juana Hernández, madre de Nahum, Lorenzo, Elizabeth, Porfirio y Noemí, corre la misma suerte: ni becas, ni apoyo de despensa, ni para el changarro.
Trabaja una tienda de su hermano y saca ganancias diarias entre los 5 y 20 pesos; también vende comida en la escuela primaria (a peso el antojito) y los fines de semana como empleada doméstica en Martínez de la Torre, la acompaña Nahum quien se va de cerrillo a un centro comercial.
Ver la lista proporcionada por el alcalde de Atzalan, la indigna aún más: "Cómo es posible que mientan, que ni siquiera nos dejen en paz con sus engaños, que digan que nos están dando apoyos cuando no es cierto".
Los cinco niños nomás se remolinan a su alrededor. Nahum le quita la lista de las manos. No puede evitar, al leerla, sentir rabia contra quienes mienten sobre la memoria de su padre porque a sus quince años, entiende perfectamente que él murió en un intento de dar lo mejor para ellos.
Hace unos días se celebró el segundo aniversario luctuoso de los caídos en Yuma. El 28 de mayo se mataron dos vacas y se prepararon en barbacoa, se llevaron mariachis y el alcalde acompañado de autoridades estatales llegaron en helicóptero.
Días antes les avisaron que tenían que estar presentes porque era una celebración por sus maridos: "Da vergüenza, todo termina en una vil fiesta de pueblo con la gente quejándose de que la comida no alcanzó y mis hijos ahí parados frente a todos recordando a su padre".
El primer festejo del 2002 donde se develó un monumento en honor a ellos,
fue suficiente para que Octavia y Juana decidieran no volver al Equimite,
donde se lleva a cabo.
Este año, Juana tomó a sus hijos y haciendo una pausa en los horarios de trabajo fue a dejar un ramo de flores al panteón. Ese mismo día les volvió a dar la noticia: "Me voy en dos meses a trabajar a Estados Unidos".
No hay mucho que hacer. Cuando el presente es difícil, sólo queda recordar el pasado. Eso da fuerzas para continuar.
"Mi esposo lo hizo por nosotros y a mi no me queda nada mejor que hacer por mis hijos. Si no lo hago y me muero aquí sentada, moriré deseando haberlo hecho".

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